Otoño

Como norma general no suelo violar mis normas generales. Digamos que no fué superstición ¿ó tal vez sí? quién sabe, el caso es que en el último segundo hice un rectificado y evité pasar por debajo de una escalera...dicen los que saben de ésto que trae mala suerte. Por si las moscas.

Resulta que recién llegado al Parque del Retiro una gitana se empeñó en leerme la mano circunstancia a la que me negué rotunda e "ipso factamente". Si algo tiene que pasar, pues que pase pero no me gusta vivir con la idea de un futuro predicho de antemano.
Además como a los alemanes, me gustan las cosas fiables.

Claro que bien pensando y mirándo por su "negocio" imagino-supongo-sospecho-digo-yo que ya se cuidarán muy mucho de dar malas noticias. Mentirán sin reparo y dirán que ven una relación favorable con una mujer estupenda, dinero cercano y que los problemillas de salud que se vienen arrastrando van a desaparecer y que vas a vivir una pila de años en compañía de los tuyos aunque los tuyos nunca estén cuando los necesitas. Así cualquiera puede leerte la mano, el pie, una oreja ó el cerebro entero.
Además como a los suizos, me gusta la precisión.

Y como la tarde dominguera estaba gris, amenazaba lluvia y un servidor no tenía tiempo que perder, y menos aún en asuntos turbios como aquel, recurrí a un viejo truco tan efectista como eficaz, esto es, le mostré mis bolsillos vacios, visión ante la cual se marchó relatándo por lo bajinis alguna maldición.
Además como a los japoneses, me gusta la previsibilidad.

Pero como soy español y por tanto de tentación fácil me dejé distraer por un tumulto de gentes que miraban y señalaban todas con los dedos en la misma dirección, y naturalmente allí que me fuí, la razón del alboroto eran un par de ardillas que correteaban a muy poca distancia y subían y bajaban a toda velocidad de los árboles para solaz alegría de niños y grandes.

Dinah Washington. September In The Rain