El Cabo de Gata

La subida en auto -he decidido usar ésta desusada palabra que a mí me gusta mucho- ya le ponía a uno los testiculillos de corbata pero aún no habíamos visto nada y para ver había que acercarse al precipicio y ¡hala! a mirar hacía abajo con alegría y despreocupación. A mí me temblaban las piernas con la sola idea de pensarlo y según me acercaba a la barandilla que luego resultó ser muy inestable ya que se movía, se me ponía el cuerpo del revés. Lo que no entiendo es cómo en la foto no se notan nada mis temblores. Con todo, aún a la derecha existe un faro, que como es natural está en lo más alto de la más alta montaña y claro, hasta él que nos fuimos y no contentos con eso, subimos sus complicados escalones y a seguir mirándo hacía abajo, yo estaba ya al borde de la apoplegía y el colapso nervioso y solo podía pensar en el viaje de vuelta con la vista nublada por el pánico, no obstante alcancé a ver una gaviota que pasaba justo frente a mis narices y en un alarde de reflejos le hice una foto, pero no salió bien ó por mejor decir se me salió de encuadre...demasiado rápida. Demasiado lento. Demasiada rigidez muscular. Sólo quería volver a estar al nivel del mar, lo que yo llamo tierra firme, vamos. No olvideis pasaros por el otro blog que tiene foto nueva.